PASTORAL DE LA SALUD

 

---------------------------------------------------------------------La salud es Cristo (II)

 

Marcos 2, 1-12

 

        Después de algunos días entró de nuevo en Cafarnaún y se corrió la voz de que estaba en casa. Acudieron tantos, que no cabían ni delante de la puerta. Jesús se puso a anunciarles el mensaje. Le llevaron entonces un paralítico entre cuatro. Pero como no podían llegar hasta él a causa del gentío, levantaron la techumbre por encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla en que yacía el paralítico.

        Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:

        -Hijo, tus pecados te son perdonados.

        Unos maestros de la ley, que estaban allí sentados, comenzaron a pensar para sus adentros:

        -¿Cómo habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?

        Jesús, percatándose en seguida de lo que estaban pensando, les dijo:

        -¿Por qué pensáis eso en vuestro interior? ¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados; o decirle: Levántate, carga con tu camilla y vete? Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados.

        Entonces se volvió hacia el paralítico y le dijo:

        -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

        El paralítico se puso en pie, cargó en seguida con la camilla y salió a la vista de todos, de modo que todos se quedaron maravillados y daban gloria a Dios diciendo:

        -Nunca hemos visto cosa igual.

 

 

         Quizás este texto de Marcos (paralelos en Mt 9,1-8 y Lc 5, 17-26) es uno de los que mejor ponen de manifiesto que Cristo nos trae la salud, en ese doble aspecto que tratábamos en el primer comentario: el de salud y salvación.

 

         La escena se sitúa en Cafarnaún, lugar de Galilea donde Jesús solía residir. Es interesante constatar que el mismo relato aparece en los tres sinópticos, aunque la treta de hacer un boquete en el techo y deslizarlo hasta donde está Jesús queda referida en Marcos y Lucas, pero no en Mateo. No obstante, los tres coinciden casi literalmente en las palabras que Jesús pronuncia, en la reacción adversa de los maestros de la ley, en la posterior curación del paralítico y en la reacción admirada entonces del público que la presencia. Coincidencias todas estas a tener en cuenta.

 

         Jesús había cogido ya fama por el contorno y el sólo hecho de saber que está en la localidad hace que se congregue mucha gente con ánimo de verle y de escucharle. Esta vez parece no ser exagerado el gentío que ha acudido, a juzgar por la forma que encuentran para hacer llegar el paralítico hasta Jesús. El Señor estaba predicándoles; se puso a anunciarles el mensaje, dice textualmente el evangelista. Pero había allí unos cuantos (al menos cuatro, según el texto), que querían hechos; menos teoría y más práctica. O, mejor, la praxis de la teoría que Jesús estaba diciendo; al fin y al cabo, ya habían llegado noticias de que Jesús había hecho otras curaciones. Entonces, tomándose grandes molestias, hacen bajar desde el techo a un hombre paralítico. El evangelista no da la palabra a nadie para exponer, para pedir, para decir, sino que la reacción por parte de Jesús es inmediata conmovido por la gran fe de esa gente y entonces es él quien toma la iniciativa: Hijo, tus pecados te son perdonados. Jesús lee en el pensamiento de los que ostentaban la autoridad religiosa: ¡Blasfema! Era lógico, pues veían en Jesús a un predicador del bien a un taumaturgo. La presencia del paralítico les genera la expectativa de ver si lo cura o no. Pero en modo alguno esperaban una salida así por parte de Jesús. ¡Nada menos que se atreve a decirle que le perdona los pecados; que se atribuye las facultades de Dios; que se hace igual a Dios...! Jesús había iniciado así la curación de ese hombre; por el pecado, que es la raíz del mal y de la falta de salvación. Aunque los demás no habían entendido el gesto, sobre todo por su desconocimiento de la identidad del Nazareno. El relato concluye con la curación física de la parálisis de ese hombre y con el reconocimiento admirado de los que contemplaban la escena.

 

         Jesús produce en este hombre una doble actuación. Doble, aunque realmente es la misma en dos actos. Perdonándole los pecados manifiesta el aspecto de “salvación”. Devolviéndole la salud manifiesta el aspecto de “curación”. Pero una intervención de Jesús sólo para devolverle la salud física hubiera sido una intervención incompleta. El paralítico padecía un mal físico, una enfermedad. Pero el ser humano es más de lo que se ve por fuera, es más que sólo el aspecto de lo físico. La curación que Jesús realiza es integral, de la totalidad de la persona. La persona es también vida espiritual, es relación con la Trascendencia y relación con los demás, es relación con uno mismo y con lo que le rodea. El mal no está sólo en el plano de lo físico, el mal abarca también a toda la persona. Por eso es toda la persona la que necesita ser sanada. Jesús, en este caso, se ocupa primero del mal profundo (es el que no se ve con los ojos, el que nadie se esperaba y el que no es reconocido a simple vista) para ocuparse a continuación del “mal menor” (la enfermedad física).

 

         Verdaderamente, un enfermo crónico, un enfermo terminal, un enfermo de larga duración entienden mucho mejor estas palabras que cualquier persona sana aunque sea un agente de pastoral de la salud, un cuidador, o el mismísimo cura de la Parroquia. Cuando la salud física falta, se valora mucho más la salud moral y la salud espiritual. Es adonde uno puede agarrarse. En los momentos en que la enfermedad anula la capacidad física de asirse, no quedan sino las capacidades morales y espirituales como asidero de la persona. Son lo que puede quedar intacto y lo que conviene salvaguardar. Son, en definitiva, lo que hace a un enfermo sentirse vivo y sentirse persona. Por eso conviene poner tanto cuidado y tanto mimo en estos aspectos.

 

         En este caso, además, notamos el paralelismo que Jesús establece entre el perdón y la curación. No puede sentirse curado quien no se siente perdonado. Tampoco puede sentirse curado quien no sabe perdonar. El perdón, no lo olvidemos, es un ingrediente de curación y de salud. El que perdona se siente moral y espiritualmente saludable, en paz. El que no perdona genera odio, rabia, deseos de revancha, impotencia... y todo eso es fuente de enfermedad, de falta de salud, de falta de salvación.

 

         Jesús nos ha traído el perdón y la curación. Nos ha traído la salvación y la salud.

 

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---------------THALITHAQUMI----------------

Zaragoza, noviembre 2002